Por motivos que no vienen al caso, terminé cenando los otros días en un acto político.
El lugar: un gimnasio cerrado de un polideportivo.
+=POLI DEPORTIVO
Los participantes: la jerarquía política local, desde el jeque hasta los tocadores de bombos y redoblantes (de la “juventud” del partido) y uno con una bocina de camión de esas de aire comprimido que, considerando el lugar, daban ganas de pedirle que con su corneta desistiera de tanto ruido.
“De todos mis amigos los más cercanos son mis tres secretarios” (amiguismo fatalmente sincero)
“Cuando asumimos el gasto en obra pública era el tres por ciento del presupuesto. Ahora, tres años después, lo subimos en un 322 por ciento” (muchos tres, pero el final supera por un pelo al 9 por ciento... ¿no sigue siendo nada para “luego de tres años”?)
“Me dicen que las máquinas (niveladoras de tierra, palas mecánicas, etc.) deberían estar trabajando en lugar de estar estacionadas. Yo les digo que aún estacionadas trabajan” (esto realmente no lo entiendo)
Bueno, un par de frases, pollo seco pero gratis (casi) y una sensación de que la gente ni siquiera escuchó lo que se estaba diciendo en el escenario.
Escuchá el último capítulo de Danza de Palabras Programa 11
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